Los padres
Tu madre te dará de escobazos un día:
nos cagamos en lo más barrido.
Hacen que los engañemos:
quieren que les doremos la píldora,
prefieren pensar que las pastillas que tomas
son juanolas.
Los estamos llenando de mentiras,
y los padres no tienen un pelo de tontos,
los padres quieren que miremos
por el buen nombre de su casa.
Los padres quieren que reine la calma
en las lenguas del vecindario,
que les respetemos las canas,
que les respetemos la cama.
En su ausencia.
Que dura lo mismo
que nuestro paso por el mundo.
Conducta de arcoíris
Un montón de insectos como un puñado de arena
se me ha venido encima recordándote,
mientras galopaba en esta moto roja como tú,
como el alcalde o el fulano de la tienda
de carne de caballo,
o como el señor que te dio el ser.
Un montón de bichos que me quieren zampar la cara
y el ojo me lo joden vivo y me lo dejan rojo como yo,
como la sangre de tus meses,
como la sangre de los meses de cualquier muchacha.
Como tu mejilla cuando consigo sacarte los colores.
Como el enfado de tu viejo
con tu conducta de arcoíris.
En el día de la francesidad
Hoy,
ma chère,
a las doce justas -y cuatro, miento-
del doce de
oc del año en curso,
voy a contarte por qué me paso a mi jefe
por el arco del triunfo.
Porque disfruto besando las manitas de los críos,
comentando sus roscos boludos como una
plaza de la concordia.
Teniendo en la boca
una pajita, por muchas madres
que llenen el vestíbulo.
¡Que le llenen de madres el vestíbulo,
que le joroba cantidad!
A mí me quema,
me las pone gordas
con tanto recado inútil,
que eres un inútil.
Pero se lo digo cuando estoy solo,
cuando todo el mundo está en clase,
menos las yucas, que me pincharon
en cierta ocasión un ojo
y me agujerean las mollas de atrás,
de debajo justo de la rabadilla:
que vuelven de verano las camisas de invierno.
Cuando todos están en clase
menos la fuentecilla de la entrada,
que se fue,
que la palmó de una orden
unilateral (
¡inútil!)
suya.
Aún me parece oírla,
pero son los chopos de
al lado
con
sus
hojas
y
sus
ramitas
jóvenes
en danza.
Yo digo siempre,
cuando me preguntan por ella
al caer en que ha desaparecido,
que se secó,
que mi sed era grande
pero el trago fue todavía
mayor.
Y añado que mi buitre
es un mal adulto
que sólo sirve para decir:
«Más adelante, puede.
Se
verá,
se
verà,
se
verâ».
Lo que sí se verá
será su cara severa muerta,
y morada por los trabajos sobre Semana Santa
que les hace hacer.
Siempre perla
Participar en la guerra de Corea
me hubiera podido parecer muy
chic,
pero a ti te tengo delante,
y tu
glam improvisado me aboca
a besarte, a buscar cebarme y a quitarte
la lana ni blanca ni negra: a sacarte el jersey,
que tu gris es siempre perla.
Carta del 21 del uno
A la tortuga de tus reyes
y sus cenefas griegas
la despertaremos en marzo,
de la mano del segundo bautizo de Taca,
ya anunciado.
Esperemos que no nos la mate un estruendo
ni que nos la nombren dama de honor
-eso, para las de las peinetas o pavas,
que tanto contribuyen a la imagen de gilipollas
de los valencianos.
Y ojalá que al regresar de su letargo
nos traiga tornillos,
y plomo para los zapatos de la cabeza
y gravedad.
Que sí, por nuestro bien,
nos enseñe actitudes suaves,
gesticulaciones menos visibles y aparatosas
y lentitud a nosotros; los de entonces,
que ya no somos los mismos
pero nos correspondemos igual.
En la esquina rosada
Es un duro
trabajo permanecer en
este cuadrilátero blanco sin posibilidades de llegar
a ser un Cassius Clay.
Te las pasas putas para nada,
para terminar los años
de la misma manera que todos.
Te pasas los años intentándolo,
pero los versos te la pegan
con otros que los hacen
más bonitos si quieres,
pero también más bonitos por lo visto.
Igual estoy ciego
perdido.
Puede que, pasadas mis narices,
los lectores se adentren en un mundo
de poco interés, que no merece
ser demasiado tenido en cuenta.
Pero no será por constancia y permanencia
en la esquina rosada que linda
con la calle Jorge Luis
Borges que debiera tener
mi jodida y contenta población
de mierda.
Con voz pasiva
Habría que ser como los bares
y tener morro,
cara suficiente como para decirnos
que las palabras de afecto
empiezan a salir con voz pasiva,
que es evidente que empieza a declinar
el amor aquel de los pijamas grises en el parvulario
cuando al parvulario le faltaban las paredes,
las lunas, los arbolitos, el techo y tus pequitas (…)
para ser una casita de papel
-llena de niños-
que inspirase a su celador amigo de las hojas
y la postura curvada, como de flexo humano para otro
escritor que no fuera él.
Porque lo nuestro comienza a no chutar,
a ponerse del color del cuervo
que nos ha estado pitando los dos tiempos:
el tuyo, y el mío,
que no eran el mismo,
que no hablábamos de lo mismo,
que no buscábamos lo mismo.
Que todo se ha partido,
roto, hecho polvo,
polvo…