El tiempo de la vida
Valencia, Pre-Textos, 2000
TIEMPO DE JUEGO
Cada día, un día decisivo,
una competición agotadora,
una dejada del futuro.
Tus acciones, errores no forzados,
golpes en una línea gris
que nunca limpia nadie,
golpes que nadie da por buenos.
Derrotas invisibles.
Y una nueva igualdad.
Victorias invisibles.
Y una nueva ventaja.
Y así siempre, aunque a veces
no queramos jugar, no podamos jugar,
nos duela que la vida sea un tiempo
de juego obligatorio, irrenunciable.
Un conjunto de normas que respetas,
que intentas encontrar sensatas,
aunque no aporten a tu vida
una razón de ser,
a este juego mortal ningún sentido.
LA VIDA ES MÚSICA
La vida es un sonido:
el del amor, que instaura la alegría;
el del dolor, que trae las lágrimas.
Una obra de obras
-tan lejos ya el primero de los actos-
que levanta la voz, que exige ser oída.
Insultos y caricias, abucheos y aplausos,
el somier lujurioso, el bofetón,
la matanza en los pueblos,
los conciertos de gala y el silbar en la ducha.
Y también los vecinos estridentes,
los cantos de sirena, la oración de los místicos,
carne entrando en la carne
y niños que gritaron puta.
Pues sólo lo que suena existe.
El silencio absoluto es muerte,
y el silencio no existe.
La vida es un sonido, música…
REFUTACIÓN DEL INGENIO
Fui ingenioso.
Y permití que entrasen en mis libros
demasiadas palabras de la calle,
jugué con las palabras todo el tiempo.
Me equivoqué al pensar
que, sin necesidad de proponérnoslo,
se está siempre en contacto con el fondo
de las cosas.
No vi que me miraban
-turbios, indiferentes, fríos-
los ojos de la sima
de la verdad y del dolor,
los ojos de unos peces abisales
únicos, dueños del conocimiento.
Ahora sé que el solo ingenio
acaba produciendo grima, y obras
que parecen de nadie
-lo mismo que los chistes-,
pero llevan la firma de personas
que el tiempo volverá ridículas.
Ahora sé muy bien
que el ingenio es deseo de evasión,
chispa efímera, fuego fatuo,
voluntad de escapar
de cualquier compromiso.
NOCHE DE SÁBADO
De espaldas a la luz de esta terraza,
de espaldas a mi coche, que ya duerme,
esos coches se internan en lo oscuro
cargados de muchachos que deben de pensar
que vivir es quemarle al día
sus veinticuatro noches,
que ser jóvenes es tener de todo
a espuertas, desplazarse
a la velocidad de la luz del deseo.
Debajo del capó, un motor iracundo.
Detrás, iluminada, la matrícula,
con el número de la suerte.
Dinero en el bolsillo.
En el alma, la caja blanca
de la felicidad.
Y entre las piernas,
los principios de la termodinámica,
la caja de Pandora, la caja de los truenos.
Que la noche les sea favorable
y que el alcohol les siente bien.
Que la vida supere a la ficción
y rían y forniquen como sátiros
en esta noche tan hermosa.
Ojalá les conceda cuanto pidan.
Ojalá que mañana vuelvan.
EN TREN
Los postes que bordean los raíles,
y los apeaderos y estaciones
y sus nombres efímeros y eufónicos.
Y esta vertiginosa sucesión
de campos y de fábricas
y esas figuras quietas, esos rostros que en algo
deben de estar pensando, rostros que en el andén
miran cómo te escapas con el tiempo
y te dicen, con cara amable o torva,
sin que su voz te llegue,
lo primero que piensa su cabeza:
pareces angustiado, tímido,
pareces muy simpática,
tus ojos son preciosos,
que tengas un buen día,
ojalá te volviera a ver,
cómo te marchas con el tiempo,
que tengas mucha suerte.
LA VIDA CONOCIÉNDOSE A SÍ MISMA
Vivir y dar la vida,
ofrecer y tomar,
dar respuestas y hacer preguntas,
divertirse, aburrirse, ir, venir,
recordar, olvidar.
Y amar y ser amado,
perdonar una falta y cometerla,
llorar, reír, decir, hacer,
enterrar a los padres, a los hijos,
pudrirse bajo tierra…
Debajo de la piel o a la intemperie,
en cualquier latitud, en todo tiempo,
la vida conociéndose a sí misma,
permitiéndonos indirectamente
conocer a los otros, conocernos.
LA CONSTANTE PRESENCIA DE UNA EDAD
En el jardín vecino,
una flor carmesí, la del dondiego,
obsesionaba al niño que era entonces.
Por verla, por olerla,
escalé las paredes que encerraban
el reino de los reinos de este mundo:
el hogar de la infancia.
Y me expuse a la ira de mis padres,
a una fatal caída,
a los azotes de un extraño.
Y la corté y forcé a vivir,
en un jarrón con agua,
una vida imposible,
inevitablemente efímera.
Hoy, al pie de los postes de la luz,
junto al contenedor de la basura,
en los jardines públicos
o en mi propio jardín
-por más que yo la arranque,
aunque me alegre mucho su insistencia-,
la veo por doquier, parece que me siga.
Puede que le debamos al niño que hemos sido
gran parte de lo que tenemos hoy.
Ojalá lo soñado entonces
-una vida feliz, una vida sin tiempo-,
como me ocurre a mí con esta flor
furiosamente rosa y fresca
que me sale continuamente al paso,
nos sea concedido en abundancia.
VIAJAR
Viajar: leer un libro amable,
leer un libro amargo, aún no escrito,
el libro extraordinario de la vida.
Viajar: aventurarse
a conocer la luz, toda la luz,
el errático olor
de la fragante rosa de los vientos.
Viajar: pertenecer al mundo
y agradecerlo en muchas lenguas,
hacer porque la muerte, nuestra muerte,
localice exteriores, la tierra en que será
inevitable, incluso conveniente,
al fin establecerse, al fin caer.