Portada » 1993 Catálogo de la exposición de Marga Domènech–Eugenio Simó
Seis personas -ni siete ni cinco- considerando mentalmente el número seis a las seis de la mañana. Una mujer de Agua azul y un hombre de Fuego rojo. Un hombre triángulo y una mujer círculo. Una mujer y un hombre embarcados en una aventura similar, pese al aspecto diferente de sus respectivas naves. Seis personas. Seis personajes en busca de sí mismos, de plenitud, ¿del autor de sus días? Tres hombres y tres mujeres resumidos en un hombre y una mujer que comparten un consonántico sonido.
Temblorosa, velada agua ni salada ni dulce en forma de mar de duda, vistiendo un planeta misterioso con derecho al alfabeto. Airoso y airado fuego en el corazón salvaje de ese planeta prácticamente desconocido, devastador de una tierra de promisión, de una tierra tierrarte, una tierra a la vista donde “felicidad” e “infelicidad” son una sola palabra reversible, mera coincidencia consecuencia de una astronomía poco razonable.
Mera coincidencia. Simple casualidad. Pura ocasión. Como la técnica del manuscrito pretendidamente hallado o como la del objeto encontrado. O como la rima. Y el ceugma y la epanadiplosis y la epífora o el calambur. Nuestra figura mismo, de cabeza a pies, sería también una figura retórica: no nos necesita el mundo, estamos de más, sobramos; somos presencia prescindible, superfluo adorno.
Sólo coincidir es fortuito y fatal a la vez, imprevisible e inevitable. Coincidir es encontrarse con uno mismo al despertar, saber lo que nos espera y saber lo que de nosotros se espera, beber con sed. Es verse si haberse citado, decir-oír “precisamente…”, escuchar-pronunciar “tú eras quien yo…” O que haya lluvias mil en abril, combatir la rutina, habitar el ancho mundo como si fuera ajeno, ignorar que las que tomamos precisamente en diciembre son, precisamente, las uvas de la ira. Es, asimismo, que se cumpla un sueño, satisfacer un deseo con la correspondiente realidad, incluso ser previsor. Coincidir es conseguir, y tener en común. Incluso que nos hayamos conocido. Pero sólo coincidir con uno mismo -aunque no a la manera de Elvis doblemente armado o de Marilyn, en superficies manchadas por Warhol-, y con tu propio espacio, y con tu propio tiempo, es haber nacido para nacer, como vosotros; y es haber sido creados, como vosotros mismos, para crear. Entonces, y solamente entonces, coincidir es vivir.
José Luis Martínez Rodríguez