[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_6″ last=»no» spacing=»yes» center_content=»no» hide_on_mobile=»no» background_color=»» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» background_position=»left top» border_position=»all» border_size=»0px» border_color=»» border_style=»» padding=»» margin_top=»» margin_bottom=»» animation_type=»» animation_direction=»» animation_speed=»0.1″ class=»» id=»»][/fusion_builder_column][fusion_builder_column type=»2_3″ last=»yes» spacing=»yes» center_content=»no» hide_on_mobile=»no» background_color=»» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» background_position=»left top» border_position=»all» border_size=»0px» border_color=»» border_style=»solid» padding=»» margin_top=»» margin_bottom=»» animation_type=»0″ animation_direction=»down» animation_speed=»0.1″ class=»» id=»»][fusion_text]

Con una sonrisa

Que los jóvenes poetas se pasean en a veces desorientado trasiego entre vanguardia y tradición es algo que, en su certidumbre, deja un poso de oscuridad. La propia vanguardia es hoy tradición. Lo dijo Octavio Paz y lo repiten los reseñistas al uso. La tradición tampoco es un camino unívoco, y abarca tanto la pasión por el barroco andaluz del granadino Fernando de Villena como la tentación oriental de los “haikus” del valenciano Uberto Stabile. Pero dejemos la tradición para fijarnos en la vanguardia. La faceta innovadora que ha cuajado en los poetas recientes ha sido mayoritariamente la post-surrealista. Un automatismo sacralizante, con anhelos de belleza deslumbradora y orgía de imágenes que bien podría ejemplificar la poetisa más provinciana de la capital, Blanca Andreu. La “tradición” de esta vanguardia tiene su origen, en primera instancia, en la escuela francesa que encabezó Breton. Y en segunda instancia, en el reciclaje que de estos planteamientos literarios hizo la generación del 27. A todo ello, claro, hay que sumar [el esplendor de los románticos alemanes que, leídos en traducción, suenan] con frecuencia a poetas postistas y no por la incorrección del binomio palabra alemana-palabra española, sino por falta de claves para interpretarlo). Pero antes de esta corriente, el vanguardismo autóctono había desarrollado una variante hispánica: el humorismo. Patrimonio de muy pocos pacientes buscadores en el detritus de la historia literaria es hoy la memoria de los escritores que acompasaron renovación y humor. El máximo ejemplo lo constituyen las “greguerías” ramonianas.

       Pues bien, un joven valenciano, nacido en el 59, y que responde al nombre de José Luis Martínez Rodríguez ha retomado ese originario impulso de la modernidad en la lengua española, dentro de su primer libro: Culture Club (Universidad de Valencia, 1986). No es éste un poemario completamente conseguido, aunque sí divierte. Parodia con cierta habilidad y mucho descaro J. L. M. R. las labores del poeta y, sobre todo, los estudios de filología. Su verso satírico se posa también con desenfadado coloquialismo sobre otros temas: el amor, la vida… No resisto a la tentación de anotar aquí, con una sonrisa, dos botones de muestra:

 

NOTA A LA PRESENTE EDICION

Lo que no saben los amables lectores
es que salir en esta tele en blanco y negro
te lo vienes a ganar
con los muchísimos libros de los demás que compras.
Las puertas de la poesía, por tanto,
no están cerradas para usted.

 

COITO

Le vinieron las ganas
a eso de las seis.

 
Entramos en el cuarto
y, arrodillado en la alfombra,
estuve arremetiendo.
 
Fue chulo en verdad.[/fusion_text][/fusion_builder_column][fusion_builder_column type=»1_6″ last=»yes» spacing=»yes» center_content=»no» hide_on_mobile=»no» background_color=»» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» background_position=»left top» border_position=»all» border_size=»0px» border_color=»» border_style=»» padding=»» margin_top=»» margin_bottom=»» animation_type=»» animation_direction=»» animation_speed=»0.1″ class=»» id=»»][/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]