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José Luis Martínez, el poeta cotidiano
¿Te parece que empecemos la entrevista con un breve esbozo autobiográfico?
Sí, claro. Nací en Valencia, el 16 de abril de 1959. Vivo desde siempre en Torrent, aunque he pasado algunos años en Málaga y en La Coruña. Iba para músico; sin embargo, la pasión por la poesía acabó encaminando mis pasos hacia los estudios de Filología Hispánica. He desempeñado, desde los catorce años, unos cuantos oficios, pero desde unos diez años soy profesor de lengua y de literatura.
¿Desde cuándo escribes poesía? ¿Cuál ha sido tu trayectoria poética?
Escribo poesía desde los 17 ó 18 años. En 1986 gané el accésit del premio de poesía que la Universidad de Valencia convocó para los estudiantes. Y en 1989 publiqué un libro de poesía amorosa, Pameos y meopas de Rosa Silla, con la editorial Mestral Libros (Gregal). Siguieron años de apartamiento del mundo literario, aunque no dejé de escribir. La concesión del premio «Tardor» y la consiguiente publicación de Abandonadas ocupaciones (Editorial Aguaclara, 1997) supuso una especie de renacimiento, cuyo mejor fruto ha sido la reciente publicación (mayo de 2000), por parte de la editorial Pre-Textos, de El tiempo de la vida, libro que recoge los poemas escritos entre 1992 y 1998.
¿Qué es un poeta, cómo definirías tu actividad?
Todos nos pasamos la vida pregúntadonos quiénes somos. Yo podría responderte con unas palabras de la ópera La bohème, de Giacomo Puccini: Chi son? Chi son? Son un poeta./ Che cosa faccio? Scrivo. Y que cada cual se imagine cuán compleja debe ser la actividad del poeta, o el papel que en su vida puedan desempeñar las otras actividades, las que desarrolla para poder subsistir. Para William Wordsworth, un poeta es una persona afectada por las cosas ausentes como si estuviesen presentes. Si además tenemos en cuenta la afirmación de Wallace Stevens de que es el sentimiento o la penetración lo que aviva las palabras, no al revés, se entenderá perfectamente que la actividad del poeta consista en esperar, en esperar siempre, esperar a tener algo importante que decir y encontrar el mejor, el único modo posible de decirlo.
¿Crees que El tiempo de la vida supone un cambio importante con respecto a tus otros libros?
El solo hecho de que lo haya publicado la prestigiosa editorial Pre-Textos (premio nacional a la mejor labor editorial) lo convierte en mi libro mejor editado, distribuido, mi libro más difundido… Por otra parte, creo sinceramente que los poemas recogidos en El tiempo de la vida componen mi libro más profundo, más ambicioso conceptualmente, más universal.
¿Destacarías algún poema de El tiempo de la vida?
Entre mis favoritos se encuentran «Memoria de ti», «El camino que lleva a un árbol», «Tiempo de juego», «Audrey Hepburn», «Viajar» y «Haciéndonos cargo de nosotros mismos»… Uno de los poemas que parece gustar especialmente a los lectores es el que da título al libro. En ese poema afirmo que nadie se marcha para siempre, que nada desaparece por completo, pues la vida es para siempre vida: Máquinas de escribir y catapultas,/ dinosaurios y ermitas, gladiadores y yates/ conviven en el tiempo…
¿Escribes en verso libre?
No, ya no. Ahora sigo una tradición que viene desde el Renacimiento, y utilizo los metros que mejor sirven a la poesía meditativa, culta: heptasílabos, endecasílabos… De un poeta se debe esperar que conozca la técnica, que domine su oficio. La poesía es un arte, no un derrame cerebral, sentimental. A los dieciocho años todos somos poetas. Afortunadamente, sólo unos cuantos individuos de la especie persistirán en tan extraña práctica, en tan maravillosa y fértil costumbre.
¿Quiénes son tus poetas favoritos?
Mis poetas favoritos son William Butler Yeats, Rainer Maria Rilke, Luis Cernuda, Fernando Pessoa, el Thomas Stearns Eliot de los Four quartes… Ellos representan para mí las más altas cualidades literarias, la cima que uno no es ni siquiera capaz de divisar allá a lo lejos, en el horizonte. Es evidente que la nómina es más larga: Emily Dickinson, Wallace Stevens, Juan Ramón Jiménez, César Simón, Francisco Brines, Seamus Heaney, Jaime Gil de Biedma…
En tu opinión, ¿qué importancia tiene actualmente la poesía?
La poesía es la indisciplinada disciplina que atraviesa transversalmente todas las materias existentes o concebibles, es el camino des longs études que punza, desarticula y rearticula todos los objetos de estudio habidos y por haber. En la poesía todo puede entrar en relación, en ella está todo; no existe mejor método de conocimiento. La poesía es la expresión de la esencia de cuanto pueda derivarse de la experiencia biológica, social, cultural y estética. No en vano decimos del misterio de las galaxias, de la buena arquitectura, de los rostros adorables o de las maravillas de la química que son poesía. Seguimos necesitando la poesía, nada ha conseguido sustituirla o anularla.
¿Crees entonces que corren buenos tiempos para la lírica?
Creo que la poesía vive en España un momento extraordinario que va a dejar, está dejando, sin lugar a dudas, libros extraordinarios. Y es precisamente la Comunidad Valenciana uno de los focos que más está contribuyendo a este resurgir. Sin ánimo de ser exhaustivo, ahí van algunos nombres y títulos que nadie debería perderse, ahí van algunos autores a los que todos deberíamos leer con la emoción de ser sus contemporáneos: Antonio Cabrera (En la estación perpetua, premio Fundación Loewe), Vicente Gallego (Los ojos del extraño, La plata de los días, ambos publicados en Visor Libros), Carlos Marzal (La vida de frontera, Los países nocturnos; en Renacimiento y Tusquets), José Luis Parra (La pérdida del reino, Del otro lado de la cumbre, Los dones suficientes), Miguel Ángel Velasco (La vida desatada, en Pre-Textos) y Juan Pablo Zapater (La coleccionista, en Visor).
Merecen capítulo aparte, ya los he nombrado antes, dos grandes maestros, dos indiscutibles figuras: César Simón, que ya no está entre nosotros, y Francisco Brines.
¿Podrías dedicar alguno de los poemas de tu nuevo libro a los lectores del BIM?
«Una edad del corazón» es el poema que cierra El tiempo de la vida. Habla de la generosidad, de la temeridad con que nos entregamos en la juventud, y de lo prudentes, de lo temerosos que nos volvemos con los años.
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