Joan Miró Ferra
5 + 2 = 7
Firmado; firmado, titulado y
fechado el 12/VII/65 en el reverso
Homenaje poético y aritmético a Miró
Valencia, maqueta (edición no venal de 3 ejemplares), 1993
HOMENAJE POÉTICO Y ARÍTMETICO A MIRÓ
Sabido es que una hormiga es capaz de transportar varias veces su peso, lo que la vuelve equis veces más fuerte que nosotros. Pero eso, la verdad sea dicha, no viene del todo al caso; debería haber sido contado en otra ocasión. Sí conviene conocer, en cambio, que Bob Dylan llevaba vendidos 34 millones de copias de sus discos justo cuando apareció Oh mercy, su trigésimo cuarto elepé. O que Joan Miró –permítaseme decirlo palindrómicamente, y perdóneseme el sólo aparente egocentrismo– nació 4 días después que yo, sólo que 66 años antes, ambos en el 4º mes. Nacido en 1893, murió en 1983. En mi comienzo está mi fin. En mi fin está mi comienzo. ¿Pura casualidad? ¿Poesía pura? ¿Simple coincidencia?
Todos, a buen seguro, tenemos parecidos relatos que hacer, y la recopilación de ellos haría las delicias de muchos. Pequeños tesoros de los que, no obstante, no se desprende nada especial, ningún significado oculto. Informaciones en cierto modo fascinantes que, sin embargo, no deben tenerse por más de lo que simplemente son: cielo y tierra, verso y prosa, maravilla y fórmula. A no obsesionarse por tanto por tan poco. Seamos supersticiosos como mucho, no pensemos que una tirada de dados pueda jamás abolir el azar. Contentémonos con modestas cábalas hechas en torno a las baldosas que pisamos, las matrículas de autos que retenemos, a fechas relacionadas con pintores… Reconozcamos que el hecho de que este presentación estuviese formada por 527 palabras nada querría decir, carecería de importancia. Reconozcamos con Pablo Neruda, con Pedro Salinas, con Antonio Machado que nos abrasa la sed de saber cuánto, que nos mata el hambre de saber cuántas estrellas tiene el cielo. Nos pasamos la infancia contando piedras, plantas, dedos, arenas, dientes, la juventud contando pétalos, cabelleras. Contamos los colores, los años, las vidas y los besos, en el campo los bueyes, en el mar las olas. La mer, la mer…, como un párvulo reconsiderando incansable las cifras que ha logrado aprehender. Mil veces ciento, cien mil; mil veces mil, un millón. Sí, todo con exceso. Plural todo, plural como la celeste historia del corazón de Darío. Plural como el niño de la película de Peter Greenaway Drowning by Numbers, dado a averiguaciones en realidad nada excéntricas, ocupado en lo que a nadie preocupa, paseante solitario por la alameda des longs études, toujours recommencés…
Dos más dos, cuatro. Cinco más dos, siete. Miró creativo, original. Miró contestario, rebelde. Miró matématico celeste. Miró filósofo de A de B y de B a A. Miró homenajeado: ¿puede morir Miró? Una simple erre nos lo oculta, lo separa de nosotros. Erre de féretro, de primavera, de algarrobo, de postre, de mujer. Erre de Rilke, para quien el quehacer del poeta es celebrar.
Yo celebro. Yo celebro y pido que celebremos a Virgilio, cuyas Bucólicas presentan una perfecta arquitectura y una simetríca unidad: el total de los versos de grupos de cuatro églogas es siempre 333, número que era misterioso y sagrado para los pitagóricos por ser la mitad de 666, que aproximaba a los iniciados a la música de las esferas.
Yo celebro y pido que celebremos a William Carlos Williams y su 5 dorado/ sobre el rojo/ camión de bomberos/ avanzando/ tenso/ sin pretar atención/ a los tañidos de campana/ los aullidos de sirena/ y el retumbar de ruedas/ por la oscura ciudad.
Yo celebro y pido que celebremos la Divina Comedia y sus nueve círculos infernales –tres veces tres–, en los cuales se purgan pecados de tres clases. Empezada en el tercer mes del año 1300, se compone de Infierno –34 cantos–, Purgatorio –33 cantos– y Paraíso –33 cantos–. Treinta y tres, treinta y cuatro. La edad que ahora tengo y la edad que dentro de bien poco tendré. Cantos que alcanzan esta cifra: 100, símbolo de perfección. Dante y Miró.
Yo celebro. Yo celebro y pido que celebremos los diez años transcurridos desde que Joan Miró muriera. Celebro y pido que celebremos los cien años transcurridos desde que Joan Miró naciera. Yo celebro y pido que celebremos los días de la semana, siete como vidas de gato, como prematuros niños, como danzas, pero sobre todo como velos, como novelas en busca del tiempo perdido, como un álbum del grupo musical James, como una canción de Prince. Yo celebro y pido que celebremos los sietes colores del cuadro –rojo, verde, blanco, naranja, azul, amarillo y negro: sol, i de dol– que han originado este homenaje –poético y aritmético, como la Epopeya de Gilgamesh– a su autor, y que celebra asimismo a Eros y a Tátanos, a Roma y a Amor, a Barcelona i Mallorca, la tierra y el agua, a Joan i Pilar: la vida en suma.
José Luis Martínez Rodríguez
febrero, 1993