Abandonadas ocupaciones

Abandonadas ocupaciones,
Castellón, Aguaclara (II Premio «Tardor»), 1997


A FAVOR DEL POEMA DÉBIL

A favor del poema débil
como canal que no puede con la góndola,
del poema desventado,
sin chispa ni gas,
nada atlético,
carente de fuerza como los tiempos que corren.

DOS MEDIAS VERDADES
Y UNA RECETA NO DEL TODO FALSA

Los discos
los pongo y pongo
una y otra vez en el plato,
hasta que me gustan.

Las novelas,
las dejo y dejo,
no me canso jamás de prestarlas,
hasta que algún amigo me las cuenta.

Y a los versos los rondo y rondo,
no ceso de acecharlos,
hasta lograr que sean ellos
los que me persigan a mí.

ACEPTACIÓN DE UNA VICTORIA ANUNCIADA

Miras, ensimismado,
un libro de poemas
para el que todo van a ser,
están siéndolo ya,
ventajas.

Y rememoras
los repetidos éxitos de su autor,
y piensas en los premios,
y en bolsas de basura: este año
le tocaba también a él bajarla.

¿Te hace hablar la envidia?
Lee entonces, y escribe,
y calla. Y ama
y odia: es el sentimiento
lo que aviva las palabras.

Reconcíliate
con los secretos de su corazón.
Zambúllete en su entraña.
Y admira y aprende.
Y retráctate y alaba.

Deja ya de mirar
-como si se cerrase
para siempre una puerta-
su portada.

DESDECIRSE

A favor del poema
fuerte como pedazo de hierro,
con garra, rebosante de vigor.

Del poema que avanza con paso decidido,
gimnástico;
de los versos
musculosos, viriles.

Y a favor de las comas,
los paréntesis y los puntos
enérgicamente puestos.
De los libros de anchísimas espaldas
capaces de llevarnos lejos.

A favor, en fin,
del nervio en lírica.

De las estrofas como halteras;
de la página
en absoluto lívida, pálida:
indescriptiblemente congestionada,
roja,
toda contracción.

LAS MANOS DE ALGUNOS POETAS EN TUS MANOS

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.

Es difícil ser escritor,
es terriblemente fácil
dejar de serlo. El fracaso deteriora,
el éxito mina y corroe.

Quien no sea reconocido como escritor,
puede acabar no siéndolo.
Quien es reconocido,
puede dejar de ser un escritor
para convertirse en otra cosa:
una personalidad literaria.

El dominio no llega nunca,
el aprendizaje es vitalicio.
El escritor muere luchando:
existen presiones de todas clases
para hablar incoherentemente y
pensar confusamente.

El poeta debe poner en su poesía
el mismo grado de aplicación que, por ejemplo,
el viajero en su viaje, el pintor en su pintura.
Debes amar las palabras, las ideas y las imágenes
con toda tu capacidad de amar lo que sea.

Para cualquier originalidad
es preciso tener el valor de ser un amateur.
Los hombres, en su mayoría,
o se quedan apegados a experiencias de juventud,
de modo que su escritura
deviene una insincera imitación de su obra temprana,
u olvidan su pasión, y escriben sólo
con la cabeza, con un virtuosismo
hueco y desperdiciado.

No te preocupe ser desconocido,
sino hacer algo digno de conocerse.
Hay el saber hacer y el hacer
saber. Cuando sabemos hacer
no necesitamos hacer saber:
todos lo ven.

Queriendo ser breve, no te hagas oscuro
-mas no por perseguir la ligereza,
aliento y nervio te falten-.
Buscando lo sublime, no caigas
en la ampulosidad. Y sabe aceptar
el hecho de que lo que hay que vencer
por fuerza o sumisión,
ya se ha descubierto una, dos o más veces
por hombres que uno no puede esperar emular.

Bebe siempre en las fuentes de la constancia.
No dejes pasar de incógnito ningún pensamiento,
y lleva tu cuaderno de notas
con el mismo rigor con que las autoridades
llevan el registro de extranjeros.
Lo que el público
te reprocha, cultívalo; eso eres tú.
Y la primera ley, creador:
crear. Bufe el eunuco.
Cuando una musa te dé un hijo,
queden las otras ocho encintas.

Hay que hacer, hacer, hacer.
Y esperar, esperar, esperar.
No hay medida en el tiempo: no sirve un año,
y diez años no son nada;
ser artista quiere decir no calcular ni contar:
madurar como el árbol, que no apremia a su savia,
y se yergue confiado en las tormentas
de primavera, sin miedo a que detrás
pudiera no venir el verano.

Pero viene sólo para los pacientes,
que están ahí como si
tuvieran por delante la eternidad,
de tan despreocupadamente tranquilos y abiertos.

Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya,
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Equivocar el camino, por otro lado,
no es más que llegar a la nieve.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

PREMURA

No conviene esperar
tiempos mejores, ocasiones
más propicias. Tú sabes bien
para qué.

Es éste
el mejor de los momentos posibles
en el único mundo conocido,
bajo la forma de gobierno
menos perjudicial.
Es ésta
la noche que será, pasados unos años,
la noche de aquel día.

Di lo que tengas que decir, y hazlo
como sólo tú podrías hacerlo.

Pero díselo
a la luna, a sus bragas blancas
(no lo anotes, que luego nadie consigue
descifrar tus cuadernos).

Di lo que tengas que decir, y dilo
mientras aún dispongas de tiempo.

Mañana podría ser tarde.

Mañana podrías estar muerto.

RESTOS DE TEMPORADA

El tiempo borrará nuestros versos,
y las personas que vendrán después
grabarán otras cosas encima.

Aun así, conduzcámonos
como si las esperanzas de todos,
absolutamente todas las esperanzas,
estuviesen puestas sobre nosotros,
aunque así pesen.

Y velemos
por que nunca nos ahogue
la sensación de hablar un arte viejo,
con vocación escasa para el triunfo.

Que el brillo de nuestros versos
no provenga
del diente de oro de ningún cadáver.

Que poeta no acabe siendo
una realidad de leyenda
(unicornio, sirena…),
un signo sin extensión.

NOTAS PARA UN EPITAFIO

Obsesionar a los poetas jóvenes
fue mi deseo oscuro,
mi pretendida gloria:
temporal y benéficamente,
bloquear su progreso.

Gasté la vida en un proyecto vano
que fracasó, como fracasa todo,
como fracasarás tú,
lector de una lápida.

Los dientes de león, las salamandras,
los barcos y las cuevas,
el odio y la amistad
fueron siempre una ayuda.

Pero dilapidé las bellas horas
del tiempo escurridizo,
las breves horas de mi vida torpe,
pelo negro peinado a oscuras.

Hoy descanso olvidado.

Por galardón, un cielo azul,
o negro o rojo, abierto siempre,
aunque no pueda verlo.

Qué mejor premio.

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