Las pasiones cultas

A través de los años
he juntado mis libros con paciencia,
les entregué monedas laboriosas
que a menudo negaban los placeres primarios.
Cuando fueron esquivos
los perseguí a través de trastiendas oscuras
en ciudades y días que luego no olvido.
Igual que a una mujer los espié,
traté con alcahuetas para gozar sus favores,
y he sabido rondarlos en sus lunas
aguardando la cita que encendiera mis manos.

Malbaraté mis horas en sus pasiones cultas,
acaricié sus lomos de colores, dispuse
su sitio en la madera. Los tomé,
los deseé un instante y aplacé sus secretos.
Obstinado, buscaba en sus palabras
un extraño tesoro, y les fui fiel
en su traición discreta, porque ellos,
lo mismo que una amante posesiva,
me apartaron del mundo con engaños hermosos.
Y ahora intuyo que lo que yo buscaba
está muy lejos de cualquier biblioteca,
y se quedó esperando para siempre
en esas tardes lentas en que negué mi vida,
como esas flores que se caen al mar
en mitad de una fiesta, y en silencio se pierden,
sin que nadie lo note, mientras el barco sigue,
ajeno, hacia la sombra.

Vicente Gallego, Los ojos del extraño,
Madrid, Visor, pp. 71-72, 1990