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M.I. Ayuntamiento de Requena
Sala municipal de exposiciones
Del 17 de marzo al 7 de abril de 2000

EL DIOS DE LAS PEQUEÑAS COSAS

(en torno a la pintura de Pilar García Saéz)

Pintar es fijar un momento privilegiado, darse a uno mismo la oportunidad de dejar constancia de que se ha estado cerca de la inefable belleza del mundo. Es aproximarse a la realidad, reparar en las formas bajo las que la vida se presenta ante nosotros, que somos testigos privilegiados de la realidad pues formamos parte de la vida. Pintar es constatar que vemos lo que queremos ver, lo que creemos ver; también es una de las maneras posibles de lamentar que nunca, de todo lo que existe, podremos dejar constancia.

       Pintar es despertar, caer en la cuenta. Aviones que nos sobrevuelan sin que los escuchemos, sin que los veamos. Personas con las que nos cruzamos cada día y en las que nunca nos hemos fijado. Estatuas, fuentes, plantas y flores en las que nunca pusimos ni pondremos los ojos. Lo ajeno, los demás, el interior o la superficie de nuestro propio cuerpo… ¿Qué es la experiencia humana sino un acto de aproximación? Nos acercamos a los seres y a las cosas, a estos cuadros: queremos constatar su existencia, vivirla en nosotros, con el oído o con la vista, con el olfato, el tacto o el gusto: con nuestros sentidos sumados.

       Nos acercamos a millones de pequeñas realidades con las que desearíamos llenar hasta el borde la alta copa de nuestra insignificante vida, que se sabe mortal, imposible aspirante a la grandeza. Tocamos y olemos, oímos, gustamos, miramos. No hay nada que sea pequeño si lo tocamos sin ver. Pero lo grande, quizá, no existe. Lo que sí existe con toda seguridad es lo aún más pequeño, que no somos capaces de percibir. Y puede que no haya límites en ese bajar a lo ínfimo, a la esencia misma de la invisibilidad, a ese punto imperceptible y último y común a toda la materia, en el que tenga su morada el único dios posible, el dios de las pequeñas cosas.

       Nos aproximamos a los seres y a las cosas, a los cuadros de esta exposición para comprobar que son hermosos los detalles que, sumados, constituyen, constituirán seguramente el árbol, la casa o el niño, la planta o la flor que, de lejos, nos fascinaban. Un cabello, una hormiga, un lunar… La contemplación del detalle, la mera presencia de lo modesto nos devuelven la imagen que de las cosas y de nosotros mismos siempre deberíamos tener. Estos cuadros nos dan la exacta medida que deben tener siempre nuestros anhelos. Estas pinturas nos recuerdan el justo lugar que en este mundo inabarcable ocupamos.

       ¿Hemos visto ya, en alguna parte, lo que estamos viendo? ¿Volveremos a ver esto que ahora vemos? Agradezcamos a la fortuna, al azar que nos ha traído hoy hasta aquí, hasta esta sala de exposiciones que desea refrescarnos la memoria (la memoria también necesita el agua, es flor de invernadero, de estanque, una flor mental), la oportunidad de comprobar que habíamos visto ya, no recordamos bien dónde -por eso nos aparecen distorsionadas, borrosas-, estas mismas plantas, estas mismas flores, estas capuchinas, estos agapantos. Agradezcámosle a Pilar García su obra serena y sabia, estos hermosos cuadros que han sabido arrancarle a la naturaleza, para nuestro particular disfrute, el secreto de su belleza en flor.

José Luis Martínez