Abandonadas ocupaciones
Castellón, Aguaclara (II Premio «Tardor»), pp. 55 a 57, 1997

LAS MANOS DE ALGUNOS POETAS EN TUS MANOS

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.

Es difícil ser escritor,
es terriblemente fácil
dejar de serlo. El fracaso deteriora,
el éxito mina y corroe.

Quien no sea reconocido como escritor,
puede acabar no siéndolo.
Quien es reconocido,
puede dejar de ser un escritor
para convertirse en otra cosa:
una personalidad literaria.

El dominio no llega nunca,
el aprendizaje es vitalicio.
El escritor muere luchando:
existen presiones de todas clases
para escribir mal,
hablar incoherentemente y
pensar confusamente.

El poeta debe poner en su poesía
el mismo grado de aplicación que, por ejemplo,
el viajero en su viaje, el pintor en su pintura.
Debes amar las palabras, las ideas y las imágenes
con toda tu capacidad de amar lo que sea.

Para cualquier originalidad
es preciso tener el valor de ser un amateur.
Los hombres, en su mayoría,
o se quedan apegados a experiencias de juventud,
de modo que su escritura
deviene una insincera imitación de su obra temprana,
u olvidan su pasión, y escriben sólo
con la cabeza, con un virtuosismo
hueco y desperdiciado.

No te preocupe ser desconocido,
sino hacer algo digno de conocerse.
Hay el saber hacer y el hacer
saber. Cuando sabemos hacer
no necesitamos hacer saber:
todos lo ven.

Queriendo ser breve, no te hagas oscuro
-mas no por perseguir la ligereza,
aliento y nervio te falten-.
Buscando lo sublime, no caigas
en la ampulosidad. Y sabe aceptar
el hecho de que lo que hay que vencer
por fuerza o sumisión,
ya se ha descubierto una, dos o más veces
por hombres que uno no puede esperar emular.

Bebe siempre en las fuentes de la constancia.
No dejes pasar de incógnito ningún pensamiento,
y lleva tu cuaderno de notas
con el mismo rigor con que las autoridades
llevan el registro de extranjeros.
Lo que el público
te reprocha, cultívalo; eso eres tú.
Y la primera ley, creador:
crear. Bufe el eunuco.
Cuando una musa te dé un hijo,
queden las otras ocho encintas.

Hay que hacer, hacer, hacer.
Y esperar, esperar, esperar.
No hay medida en el tiempo: no sirve un año,
y diez años no son nada;
ser artista quiere decir no calcular ni contar:
madurar como el árbol, que no apremia a su savia,
y se yergue confiado en las tormentas
de primavera, sin miedo a que detrás
pudiera no venir el verano.

Pero viene sólo para los pacientes,
que están ahí como si
tuvieran por delante la eternidad,
de tan despreocupadamente tranquilos y abiertos.

Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya,
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Equivocar el camino, por otro lado,
no es más que llegar a la nieve.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.